miércoles, 23 de octubre de 2013

El lugar de los poetas

Se rumorea que por los lugares más escondidos e inhóspitos de las ciudades pasean los poetas tristes. Que pintan con colores grisáceos, azulados y suavemente verdes (por eso de la esperanza) las paredes desvencijadas de las antiguas casas. No sé si creérmelo o no, pero tendré que ir a uno de esos lugares para comprobarlo. Las ventanas han de ser antiguas y las puertas apenas sostenerse. O quizás que no haya ni puertas ni ventanas; tan abierta la casa como la mirada de aquella muchacha. Sería más melancólico todavía el canto en aquel lar, en los ojos de una chica de manos pálidas y mejillas sonrojadas que recogiese flores en un pequeño (diminuto) remanso de paz en el que se atreviese a sentir la libertad.

No hay cosa más triste que la realidad de un niño sin juguete. Ahí está el escritor, silencioso, observándole. Quiere acercarse, y es posible que lo haga, que le ponga su vieja pluma en mano (siempre habrá alguna moneda en el fondo de algún pantalón escondido en alguna parte de su armario para adquirir una nueva) y le deje lo que resta de su cuaderno... Para que siga sus pasos (poco recomendable, dado el caso, dados sus ojos tristes y sus mejillas hundidas por el vano intento de flotar en aquel mar de agonía sentimental).

Es posible que este lugar ni siquiera exista, o que cada uno lo imagine de una distinta forma. Pero los rumores no siempre mienten (no del todo) y los poetas nunca desecharían la posibilidad de convertir un huérfano sitio en su hogar. Un pequeño hostal, abandonado, lleno de habitaciones diminutas con camas bien hechas (con sábanas de material barato) y poco sitio donde nada guardar. Perfecto lugar, desde luego, para aguardar a la Inspiración, acompañada por la melancólica sensación de ser abandonado por el mundo.

Poetas; digan lo que digan, el mundo es (nuestro) suyo.

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