domingo, 27 de octubre de 2013

Suicidio literario

Cuando comencé a escribir no sabía que esto ocurriría. Cómo podría yo haber percibido desde fuera el peligro de las letras, la adicción a ellas, la lenta tortura de la escritura y de no ejercerla. Me pregunto si más personas se sentirán así al decir 'quiero ser escritor' o al denominárselo; como si fuese el súmmum. Como si todo cobrase sentido con esa sencilla composición de palabras.

He escrito triste, alegre, enamorada y destrozada. Han pasado frente a mis ojos escenas de guerra, de paz, de mentiras y verdades contadas a medias. He torturado a mis personajes hasta llevarlos a la locura y he suicidado de las más hermosas formas a mis figuras más perfectas. 

Me he enamorado de otros por leer sus letras y creer que combinarían bien con las mías. Pero las historias entre escritores no son una excepción a las historias clásicas de amor, acabadas en tragedia. Me han llamado Poesía, Escritora, Neorromántica. Tantas cosas para reducirlas a tan poquita cosa: A mi. 

Una chica sencilla. De las que no destacan en nada, de las que se enamoran con facilidad. 

Desde que escribí por primera vez en serio supe que eso me hacía feliz. He llegado hasta aquí (¿Dónde es exactamente... Aquí?) escribiendo, y aún sin saber si estoy realmente viva o muerta. Mi destino está lejos, el camino es polvoriento, angosto y oscuro. Pero mis letras se quedarán conmigo en ese hueco que las personas han dejado.

Quizás te cruces conmigo,
y te haga eterno, o eterna, en unas líneas.
Pero quiero que quede constancia de que estuve aquí,
de que me dejé la piel, la tinta y los sentimientos en esto.

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