Mi polvoriento rincón de recuerdos ha sido sustituido por un bonito cajón en mi cómoda. El problema del rincón es que los recuerdos cogían polvo y el fin de semana me daba pereza pasarles el plumero, dejarlos limpios y acabar manchando el suelo de tanto sangrar mi corazón por la Tristeza. Claro, es que visitarlos cada siete días resulta algo doloroso.
En el cajón estarán mejor, sí señor. Y además podré tomarme mi cerveza fría leyendo un buen libro, y no ahogando las lágrimas amargas por algún que otro malicioso recuerdo que se resiste a quedar completamente limpio y me obliga a pasarle el plumero, la aspiradora, la bayeta...
Su nuevo lugar, además, es muy bonito. Es de madera blanca y por dentro está forrado de indiferencia pintada de amarillo claro. Creo que, a pesar de estar cerca de mi mientras duermo, está suficientemente insonorizado como para no oír sus suaves lamentos. O eso espero.
Acabo de cerrar con llave el cajón; espero no tener que abrirlo en mucho, mucho tiempo.
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