domingo, 13 de octubre de 2013

Por una taza de café

La cabeza a pájaros. Partamos de ahí. De un Desorden difícil de ordenar.
Digamos que ella era la típica chica a la que llamaban loca
como si fuese un insulto,
como si ella lo considerase.

Digamos que escribía. A todas horas y en todos sitios.
Que su sangre era tinta, sin duda alguna
y le encantaba sangrar
igual que derrumbarse. ¡Amaba derrumbarse!

Digamos que la última línea es mentira. Que sólo se derrumbaba por necesidad.
Tanto decir y tan poco demostrar.
Ella era de pasearse desnuda por su habitación después de ducharse,
inundándolo todo con las lágrimas que caían de su cabellera húmeda.

Quizás fuese una loca, pero estaba a gusto siéndolo.
Era de pintar con los colores más oscuros a pesar de tener una caja con todos los colores,
y antes no era así.
Escribía sobre su cambio. Sobre quién fue y quién era. Y se asustaba.

Cómo no iba a asustarse. ¡Pobre muchacha loca!
Si se había enamorado de los ojos de él,
de unos ojos prohibidos.
De un chico que a duras penas sonreía.

¡Y ella, que sonreía aún estando en Ruinas, aún estando rota! Ella, ella...
Pobre e ingenuo corazón el suyo.
Se fueron al garete todos sus intentos de hacerle sonreír
y él se fue, por la puerta de atrás del corazón de ella, que se le quedó pequeño o quizá demasiado grande.

Digamos que esa chica soy yo
y que todo esto lo he escrito por merecerme
esa taza de
'café de escritor'.

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