lunes, 30 de septiembre de 2013

Hora perfecta para pensar en ti

A estas horas mi cerebro sólo quiere hablarme de ti y yo sólo quiero no pensar en ti; es una bonita antítesis a la hora de ser escrita mas causa cierto efecto no demasiado bueno: No duermo. Y es que cierro los ojos y escenas pasean ante mi mirada. Sueños y hechos, palabras, frases y momentos. Intento detenerlos, cerrar los ojos y poner la mente en blanco, en negro, ¡En cualquier color! Pero no parece funcionar.

Es la hora perfecta para pensar en ti, sí. Pero yo, anarquista en la más poética forma (y no política, que es  la común) no quiero pensar en ti. Recuerdos me maniatan y me amordazan a las sábanas blancas entre las cuales me escondo; las sombras en la pared quieren susurrarme en profundo silencio.

El sabor metálico de mi boca me recuerda a qué sabe la sangre, o mi tinta, quién sabe; no sé si estoy viva o muerta a estas horas. Sólo sé que no quiero pensarte. No quiero pensarte. ¿Por qué lo repito tanto? Porque no quiero. Pero no tengo elección, o eso parece.

Qué cruel situación la mía, exagerando en mi pequeño teatro lo que siento por ti. Exagerando y actuando, fingiendo (o no).


Buenas noches.
sábado, 28 de septiembre de 2013



La hecatombe de un Caos

No dirás en serio eso. No dirás en serio que ahora eres así.
Ella le miró, en silencio, con la Tristeza impregnando su mirada oscura y los labios temblándole suavemente. Se perdió durante unos instantes en el bosque de su mirada, entre los árboles tras los cuales solía jugar a ser libre, o a serlo; donde encontraba la protección que a veces necesitaba.
Es lo mejor para mi.
… 
Lo pudo ver en su mirada: Decepción. Le había decepcionado, de nuevo. Si bien ya no formaba parte de su vida, ella sólo habría necesitado un 'vuelve' para volver. Pero él no estaba dispuesto a decirla que volviese. Únicamente apartó la mirada y se dio la vuelta, lentamente. Sentía que ya no tenía nada más que hacer ahí.

Entonces, ella comenzó a derrumbarse. Lentamente. Al principio no dolía, simplemente ante su mirada veía edificios interiores derrumbándose, árboles cayendo, oía gritos, las voces en su cabeza le gritaban que reaccionase, ¡Que hiciese algo!

Entonces se desbordaron los ríos y se rompieron las presas y sus ojos comenzaron a llover sobre sus mejillas. Sus rodillas tocaron el suelo de forma que a ella se le antojó estrepitosa. Enterró la cabeza entre sus frágiles y temblorosas manos. El temblor comenzó a expandirse, como un terremoto, sacudiendo su cuerpo a la vez que el Caos interior comenzaba a dar muestras visibles por fuera: Sollozos.

Ahogados, cada vez más sonoros, iban abriéndose paso por su garganta a la par que se inundaba ella, se destruía ella.

No tendría que haber hecho aquella copia de la llave de su corazón.
Ahora sabía lo que venía:
Autodestrucción.

jueves, 26 de septiembre de 2013



Temor a uno mismo

Cuán hermosa era ella, 
que se callaban las estrellas 
y las farolas al verla pasar, 
con sus andares de niña 
y sus ojos de pena.

Cuán valiente que era
que sus Miedos, bajo llave encerrados
aullaban, la noche entera
y ella, con impasible cordura
ignoraba sus horrendas escenas.

Cuán terrible era ella,
o más bien su oscura realidad
que cuando cerraba los ojos
sabía que ella misma
era la única que con su vida podía terminar.

Cuán indescriptible historia
la de la sensación de ella
al saber que su mayor temor
ella misma era.
miércoles, 25 de septiembre de 2013



Ven, ¿Me salvarás?

Necesito que alguien venga, con la paciencia de quien todavía no te quiere pero está dispuesto a hacer, con las manos dispuestas a sujetarme mientras me hace levantarme de la silla. Que me lleve a la ducha y me limpie y me seque como si el hecho de que el sudor desaparezca implicase que desaparezca también el dolor.

No sé si será muy complicado que ese alguien también responda con un 'todo irá bien' a mis 'estoy volviendo a caer'. Que me abrace mientras seque cuidadosamente todos los rincones de mi alma inundada de un océano de amoniaco.

Paciente, pero con la seguridad de estar haciendo lo correcto, que me lleve a la cama y se tumbe a mi lado, abrazándome, protegiéndome mientras yo esconda los ojos entre sus costillas, a la altura de su corazón, como si eso fuese a salvarme.

Con estas escasas letras sólo lanzo un 'sálvame, por favor' a quien no va a venir, o, ¿Acaso tú vendrías a por mi?
martes, 24 de septiembre de 2013



La muerte en su mirada

Estoy de nuevo paseando por el corredor de la muerte a la cuerda floja. Clamo, falta de aire, piedad a mis demonios mientras mis pies siguen avanzando guiados por una fuerza invisible. 
Mis labios se agrietan de forma lenta mientras boqueo en busca de otros labios, los suyos, quizá. Grito en silencio y veo, con los ojos cerrados, cómo la parca refleja su figura en la pupila negra mía, oculta bajo los párpados caídos.

Un teatro se convierte en mi paradero, abandonado, de vigas caídas y butacas de un rojo tan desgastado como el carmín de mis labios o el rubor de mis mejillas. Como la pintura de la pequeña casita roja del lado izquierdo de mi pecho.

Donde antes brillaban mis ojos ahora mueren las esperanzas al caer por el abismo de mi mirada rota. Clavada entre mis costillas la estaca de la guerra librada entre mi corazón y mi mente. Con las manos ensangrentadas de tinta azul avanzo hacia el escenario con un ardor similar al del alcohol en mi garganta. Mis palabras se han convertido en mi whisky y las estoy bebiendo a solas.

"Nunca bebas sola" resuena en mi cabeza. 
Pero he vuelto a hacerlo.

Me siento en el centro del escenario y abro los ojos, dejándolos llover sobre mis mejillas y encharcar mis ojeras de mentira(s). 

Hermosamente irónica, una escritora muriendo en el escenario donde escribió sus historias.

Huele a tinta y dolor, ¿No lo notas tú? Esta es una muerte más de la que revivir, o la vuelta a la vida de quien ya estaba muerto.
sábado, 21 de septiembre de 2013



El chico del teatro

Hay un chico en mi instituto que tiene algo en el fondo de sus ojos marrones. Ese algo es Tristeza, y no por falta de sonrisas lo he visto; en las fotos parece uno más, pero me basta una mirada para saber que hay algo en lo recóndito de su alma que no le deja dormir. Tal vez sean mis ganas de inventar historias para cada persona a la que sonrío, pero no soy el único alma triste en ese lugar de vallas altas, blancas, miradas de desprecio y malos ratos, a la par que buenos días y razones para sonreír.

No importa su nombre ni cómo sea; hubo un tiempo en que su voz resonaba en mis oídos mientras recitaba un papel bien aprendido durante los ensayos de El Mercader de Venecia... Sin embargo, hace tiempo que no escucho su voz grave ni sus gestos teatreros, y me muerdo el labio pensando...

Pensando...

En qué rondará por su cabeza por las noches. Qué lágrimas habrán derramado esos ojos marrones, y qué nombre susurrarán sus labios en la Soledad nocturna.
Porque en algún momento todos nos hemos sentido solos.
Y yo, escritora (o eso me gusta creer) sólo quiero contaros una historia que ya sabéis,
sobre personas que ya conocéis,
o creéis conocer.

¿Cuántos pueden ver la Tristeza en los ojos de ese chico de orbes marrones?



De librerías distintas

Ella,
con los márgenes escritos
de un viejo libro
de olvidos,
y recuerdos.

Él,
la portada brillante,
de una librería importante,
de suspiros,
y susurrantes mitos.

Ellos eran,
o no supieron ser,
ella quiso rimarle
y él la quiso también...

Mas dicen que dos escritores,
al quererse dejan a la vez
de escribir hermosas Tristezas
para esculpirse sobre su piel
la amarga mentira que deja
el bonito sabor de su miel.

Ahora se miran,
en silencio,
desde la librería vieja
y el escaparate brillante,

ella, abandonada Poesía,
y él, aclamado libro importante.
jueves, 19 de septiembre de 2013



Coherencia

Los apuntes esparcidos por la mesa y la ropa por la cama. En el suelo la mochila tirada de cualquier forma y ella sentada frente al ordenador, vestida con una camiseta grande y los rizos recogidos con una pinza que podríamos llamar 'pinza de escribir'.

Quizás sea este teclado lo que me ate a la realidad, realmente. Mi teclado y mis bolígrafos, mientras mi mirada se pierde en algún punto más allá de la pizarra en clase. ¿De verdad creen que atiendo todo el rato? Muchas veces mi mente está mucho más lejos, divirtiéndose entre las líneas de algún escritor que me entretenga o saltando de verso en verso, besando unos labios que no son ni los suyos ni los tuyos, mordiendo algún que otro corazón, dejando una pequeña marca de mi paso por él.

Siempre quedará la valla que saltar, la que bordea mi corazón y se le clava ahí, justo entre ventrículo y ventrículo.

Quién sabe. Tal vez algún día mis sentimientos sean casi tan coherentes como los tuyos,
o sea, menos que nada.

martes, 17 de septiembre de 2013



Un beso de buenas noches para mi ángel de la guarda.

A veces mi corazón es un pájaro enjaulado en sus propias plumas, con esa necesidad de volar y no volver, de ser libre de una vez por todas. A veces pienso que yo misma soy un pájaro a quien han cortado las alas quienes le han dejado al borde de la carretera más concurrida, pero a quien siempre le brotan unas alas nuevas que no quiere dejarse atar.

En esos instantes me dan ganas de volar lejos y no volver más; de ser lo feliz que le prometí a mi ángel que sería. Supongo que el acercarme al cielo con mis propias alas, a ver si rozo unos instantes su suave piel o sus rizos negros, es algo que me hace querer llover como las nubes que pueblan a veces el cielo de ahí arriba.

Las tiritas de mi corazón se despegan a ratos, y sólo yo (por ahora) sé ponérmelas bien otra vez. Es de suponer que sólo hay una cosa en el mundo que me curaría por completo... Y es imposible conseguirla.

Y eso que yo no creo en imposibles.

Podría acabar esto aquí, y de hecho, voy a hacerlo, pero simplemente para firmar con un sencillo 'te quiero' en el final de un folio de una carta que nunca llegué ni llegaré a enviar; no es por cobardía, sólo por algo de amor propio. O eso me gusta creer.

Un beso de buenas noches para ti, mi ángel.
lunes, 16 de septiembre de 2013



Versos sueltos

Ya no sé si corre poesía por mis venas,
siquiera versos sueltos,
sin rima,
anónimos.

***

Quiero volver a hablarte,
a oírte,
a imaginar tocarte,
porque sé que nunca te toqué,
que sólo te escribí,
te hice eterno,
y no sé si me duele más
el haberlo hecho
o el no arrepentirme de ello.

***

Quise salir a buscarte,
el otro día,
mientras el viento aullaba y me buscaba,
quise buscarte,
y no estabas,
como dijiste que estarías.

***

Te quise,
y no sé por qué,
pero todavía te quiero,
de una forma extraña,
casi dolorosa,
porque sé que aunque yo te quiera,
y tú, a veces, me recuerdes
(eso me gusta pensar en mis noches tristes)
ni tú vas a volver 
ni yo podré volver a llamarte.

***

Estoy agotada de callarme versos,
de imaginar que por fin alguien ve que estoy hecha
de tinta y papel en blanco,
papel mojado,
corazón roto,
hecho trizas.
Y escribir versos sobre mí,
sólo me hace recordar
que soy una egocéntrica más
en este triste y solitario planeta
llamado Tierra.

***

Me sentía más acompañada
en las ajetreadas y anónimas calles de Madrid
que rodeada de gentes a quienes conozco de años,
a quienes no les importo,
pero que jamás se leerían unos versos escritos a mano,
con las lágrimas de mis ojos derramando,
y la tinta todavía húmeda,
de la sangre que la Tristeza rezuma. 



Escribir, escribir

Escribir. Me he acostumbrado, estos últimos tres meses, a pasarme el día entre letras. Raro era el día en que no escribía aunque fuesen unas tristes líneas, y ahora, de vuelta a la Rutina, me da la impresión de que apenas tendré tiempo para hacerlo. Me entristece profundamente, es más, no sé cómo podré sobrellevarlo. Si podré hacerlo. ¿Qué es una escritora sin sus letras?

Las horas van a llenarse de clases y estudio, y no de poesía e Inspiración. Me entran ganas de romper a llorar (y romperme, ya de paso) con sólo pensarlo. Tengo miedo a mis recaídas, a estar triste, o a ser triste más horas al día de las que me permito normalmente.

¿O tengo, quizá, miedo a no ser triste?

Porque al escribir soy una chica triste. Y me gusta... No sé si es peor serlo o que te resulte bonito. Estoy saltando de un tema a otro como alma que lleva el Diablo, porque parece ser que los horarios y los esquemas organizados me provocan esa sensación.

Dejadme libre, por favor.
Dejadme escribir.

Vivo mi propio Drama movida por un miedo que no sé si alguien más comprenderá. Porque ya no me faltan las ganas y las letras. Ahora me va a faltar el tiempo, y siento como si se hiciese real el libro de 'Momo' de Michael Ende, y los Hombres Grises hubiesen pasado por mi casa para comprar mi Tiempo.

Y yo, ilusa, se lo vendí.

¿A dónde quiero llegar? Si estás leyendo esto, significa (obviamente) que no lo he borrado y me he ido a llorar. Significa (supongo) que no me he echado a llorar y...
Supongo que el resto no importa.

Pero, por favor, no me quitéis el escribir. Dejadme eso. Sólo pido eso.
sábado, 14 de septiembre de 2013



De canciones

Hay una canción que siempre me recuerda a ti. Quizás ni siquiera me la enseñases con esa intención, pero ahí se ha quedado, entre mi mente y mi corazón, deambulando como un fantasma, como una sombra que pide que no se la olvide... Y no la olvido. Al oír tu nombre el nudo vuelve a mi garganta, y un suave calor asciende por ella, más o menos la misma sensación que debiera provocar el whisky al deslizarse por mi garganta, pero en sentido inverso.

Aquí estoy; es de noche y te vuelvo a escribir, esta vez. Por las lágrimas y las sonrisas (porque 'por las sonrisas y las lágrimas sonaba demasiado a 'Sonrisas y lágrimas') y por la guerra interna que me empuja cada vez más a luchar contra mi misma para olvidarte.

Me preguntan que por qué todavía no lo he hecho.

Supongo que la sonrisa que me sale, esa sonrisa triste y cabizbaja, significa que ojalá lo hubiese hecho ya. Quizás no tenga suficiente fuerza de voluntad, pero me gusta creer que es algo de lo que me sobra y que únicamente me falta el que salgas de mi corazón, cosa algo más difícil que salir de mi mente.

"El corazón ya va mejor, sólo me duele cuando late..."
viernes, 13 de septiembre de 2013



El sonido de las ilusiones al caer

Supongo que es extraño hablar del sonido de la caída y consecuentemente ruptura de las ilusiones. Desde pequeños nos han enseñado que el sonido puede ser de la música, de un arroyo que fluye de forma calmada, de un bosque, y que es considerado ruido el sonido que molesta a cierto grupo de personas. Pongamos como ejemplo el que  provoca una aspiradora al ser encendida o un coche cuando alguien pulsa insistentemente el claxon.

Sin embargo, también nos han explicado que hay ciertos aspectos en los cuales no podemos hablar de sonidos porque no producen ninguno. Quizás yo sólo quiera matizar de forma poética esa visión tan habitual de lo perceptible por nuestros oídos al decir que yo sí que sé cómo suenan las ilusiones al caer.

Pongamos por situación que vamos a la cocina y cogemos un vaso (de cristal) con la intención de hacernos un café, un ColaCao, un Nesquick, un chocolate caliente (confío en no ser la única que toma  de vez en cuando estas bebidas en vaso) o un batido. En el momento de coger el vaso algo nos distrae. Y lo soltamos. 

Imaginemos que nuestras ilusiones son ese vaso. Durante los primeros instantes todo parece ir más despacio, a cámara lenta. Nuestro cerebro tarda en darse cuenta de lo ocurrido... Posiblemente se nos escape un grito y un movimiento nervioso que intente detener esa fatal caída sin demasiado éxito. Después, la caída parece acelerarse. Cerramos los ojos, como si ese gesto fuese a evitar el dolor que estará a punto de llegar.

Choca con el suelo.
El vaso se rompe en mil pedazos.
Como nuestras ilusiones.
Abrimos los ojos y, ¿Qué vemos?
Cristales, un cristal con forma que se ha hecho añicos.

Así es cómo suenan mis ilusiones al romperse, ¿Cómo suenan las tuyas?



Diosa de la Diskordia.

Ella y sus andares de flor, sí, de flor, porque no era humana, no podía serlo. Posiblemente ella sea una de las personas más fuertes que conozca, y es que yo sé más de ella de lo que vosotros podáis saber jamás. Que cuando sus auriculares escupen heavy metal y viking a todo volumen su mente está concentrada en escribir poesía, cosa inconcebible para los amantes de la música clásica o las voces suaves como yo.

Mi pequeña era la niña de los rizos rubios que ponía malas caras a todo lo que no le gusta, y ahora ella y su cabellera oscura se me antojan imágenes perfectas para plasmarlas por escrito. ¿Cómo es que no lo he hecho antes? Si sólo ella sabe mirar como ella lo hace, con la seguridad de alguien que, roto por dentro o no, sabe lo que quiere.

Ojalá yo supiese mirar como ella, andar como ella, reír como ella. A veces sonrío mirándola cuando duerme y me sorprendo a mi misma pensando que podría no crecer nunca (aunque no sea posible...).
Ella...

Cuántas palabras necesitaría para explicar sólo una de sus facciones. Sus ojos oscuros, su sonrisa ladeada, la calidez de sus repentinos (y a veces, escasos) abrazos.

Creo que que su pseudónimo le hace justicia: Diosa de la Diskordia.


[Recomendado, su blog es http://diosadeladiskordia.blogspot.com]



Ojos de universo.

La chica del espejo, de nuevo. Se observaba, medía sus fuerzas. Los rizos alborotados, el rimmel mal quitado y ojos de no haber dormido a pesar de haber estado tumbada en la cama con los ojos cerrados las reglamentarias ocho horas.

(Y escribir, y borrar lo escrito.)

Ella. Un misterio sin resolver ante el mundo, y se le agotaba el tiempo de soledad en su habitación, ella con sus letras, sus letras y ella, con la música calmándola y nada más. "Volver a la rutina" lo llamaban, y ella se perdía en planes de cómo acabar con Rutina a pesar de verse envuelta en ella.

Volver implicaba volver a preocuparse por su aspecto durante más horas de las necesarias, esbozar sonrisas y atender a explicaciones que nunca le habían enseñado cómo se debía o no amar, cómo se arreglaba un corazón roto o si había alguna salida del Vacío nocturno en el que se mecía.

Disfrutaba, a veces, de escuchar historias antiguas o poemas de antiguos escritores, pero los números en aquella pizarra se le antojaban más vacíos que su pecho, y...
¿Nadie iba a relatar la guerra que se libraba en su caja torácica, entre sus costillas, acercándose cada vez más al corazón, en alguno de esos bonitos libros llenos de ilustraciones y explicaciones?

Ella, la chica de los ojos de universo. Podías mirarla y perderte en ellos, si sabías perderte, si sabías mirarla. 

Pero, ¿Y si nadie sabía?
jueves, 12 de septiembre de 2013



De canciones y duchas.

Estás alegre, luego triste. La música enérgica suena con fuerza a través de tus auriculares, y en esos instantes te parece perfecta; el cielo azul parece estar llamándote para que salgas a pasear bajo él. Las sonrisas parecen ser sinceras. Entonces algo cambia y no entiendes el qué, pero lo notas en la forma de mirar desganada al bolígrafo azul que reposa sobre la mesa, en el teclear casi tedioso sobre tu teclado y la imperiosa necesidad de poner música triste, música de piano melancólico que te susurre 'ven conmigo'... 

De nada sirve fingir, pero finges. Tu sonrisa ladeada no es la misma, y sólo quieres que llegue el momento de meterte en la ducha y dejar que el agua cálida se lleve la Tristeza de tu piel, porque desde pequeños creemos que el agua todo lo cura. 

Podrías echarle las culpas a muchas personas, pero sabes que realmente la única persona a la que puedes reprender es a ti misma; al fin y al cabo, tú te has dejado caer a pesar de saber que no debieras; no has sabido controlar la caída. Pero todo irá mejor.

Después de la ducha.

¿Por qué, de repente, ninguna canción alegre me habla de ti?
martes, 10 de septiembre de 2013



Antiguas esperanzas.

No puede evitar mirar por la ventana nada más despertarse, justo a continuación de su reglamentaria visita por el navegador Chrome de su ordenador. Cuando ve el cielo azul sonríe, y una sonrisa triste tiñe su rostro al verlo gris. Antaño no le hubiese importado demasiado, ¿Qué ha cambiado? Todo, probablemente.

Su habitación está hecha un desastre y lo nota, pero se siente sin fuerzas como para recoger absolutamente nada que no sean sus viejas esperanzas para volver a colocarlas en su cajón de la izquierda, tras pasarles un poco el polvo para que no luzcan tan antiguas.

Después se mira al espejo. El cabello alborotado, de un color indefinido entre el castaño y el rubio. Una camiseta grande pero no lo suficiente para cubrir sus largas piernas, esbeltas. Un rostro cansado; se pasa las manos por los ojos para volver a mirarse. Esboza una tímida sonrisa, juega frente al espejo a ser una bailarina de ballet, aunque no sepa con exactitud cómo son los pasos de éstas, ni sepa recrearlos correctamente.

La ilusión cuenta.

A continuación baja a desayunar, saludos, risas infantiles con su hermana pequeña, alguna tarea habitual. Oye al cartero, unos instantes después, dejar algo en su buzón, y baja, descalza y únicamente vestida con sus ilusiones (y su camiseta), a abrir éste. 

Hay una carta.

Su nombre está escrito en ella. Es algo que no ocurre a menudo, pero cuando ocurre ilumina su rostro una sonrisa y se vuelve un poco más niña. Todo se ve un poco más bonito.

Hasta Tristeza se ha puesto un vestido azul para ella hoy.
lunes, 9 de septiembre de 2013



La Hora.

Nota de la escritora: Los nervios, la emoción o las sensaciones que todavía siento al relatar esto me juegan malas pasadas y no sé si escribirlo en primera o tercera persona. Por ello, en cursiva estará la historia contada desde la visión en tercera persona.


Ayer su mañana tenía banda sonora de Joaquín Sabina y el último tema de Birdy, 'Light me up'. La chica del espejo no estaba triste, no se sentía sola. Al contrario, los nervios y la felicidad podían verse en cada uno de sus gestos, mientras se arreglaba de forma nerviosa frente a la anteriormente nombrada pulida y reflectante superficie. 

 El viaje en coche fue bastante tranquilo, y, sin embargo, al llegar a Madrid sus edificios me parecieron amenazantes y grandes. Me querían hacer sentir pequeña e insignificante. Cerré los ojos, concentrándome de nuevo en la música. Por suerte, ese sentimiento se desvaneció rápidamente, y Madrid volvió a mirarme con los ojos con quien mira una enamorada a otra. 

Pasó una hora.

Y entonces la oí. Y la vi. Y la sentí. ¿Cómo se puede describir una sensación así? Querría haber parado el tiempo desde el primer segundo. Todos los minutos a su lado parecían hacerse tan efímeros y tan poco eternos...

Posiblemente sea una de las personas más increíbles que haya conocido últimamente. No sé si se lo habrán dicho todavía, o ya, o últimamente, pero debe de tener, por el olor dulce y el tacto suave de sus manos, sangre de Poetisa en las venas, y no sé cómo todavía me atrevo a llamarla Musa. 

La chica del espejo sonreía al volver, a pesar de la lluvia de preguntas que bullían en su interior. Al fin y al cabo, sólo había sido una hora y sólo habían sido unas palabras. No. Habían sido algo más.
Había sido La Hora. Al menos, hasta la próxima vez.

Porque dicen que de los buenos dulces se repite, ¿...No?
domingo, 8 de septiembre de 2013



Noche de Caos.

Echo de menos el miedo aprisionando mi garganta, aplastando mi tráquea hasta ahogarme, y el lanzar un cojín contra el suelo, morder la almohada de la rabia, que no del placer, y llorar en silencio las lágrimas más dolorosas y más amargas.

Parece que no tenía más que pedirlo para que esa sensación volviese a mi, como un viejo amigo que regresa a casa, con la soltura habitual de quien conoce tus rincones mejor que nadie, de quien sabe dónde está el pulsador de la luz de tu habitación... O de tus pensamientos.

Y me preguntarán cómo estoy, y les responderé, como de habitual, 'bien', con tal de no decir 'a oscuras'. Porque no es una oscuridad literal ni lo va a ser, no esta noche. No habiendo abierto la puerta a mis Miedos. Están aquí, conmigo. Soledad, Fracaso, Rechazo, todos. Me sonríen con suficiencia mientras se sirven una cerveza con alcohol.

Esa que no puedo tomarme yo.

Sostengo firmemente que si guardo las lágrimas dentro se me encharcará el corazón. Que si me guardo los 'te quiero' se me hará más negra la sangre tinta y yo y mis escritos en azul tendremos un problema. Por eso no temo decir 'te quiero' aunque después me duela, y por eso no solía temer a las lágrimas.

Pero es que ahora tienen tu nombre escrito en cada caída, y esa mayúscula que soy incapaz de escribir parece susurrarme, acusadora, que la culpa es mía por caer demasiado rápido, pero...¿Qué le iba a hacer yo? Con unas alas desgastadas y unas ilusiones fáciles de destrozar.

Una presa fácil.

Ha llamado Recuerdos a la puerta... No quería perderse la reunión. Parece que ha traído Coca-Cola, que no tiene alcohol, pero sí suficiente cafeína para mantenerme despierta toda la noche, si quiere. Es curioso, hasta este tipo de noches tiene una lista de reproducción bonita, a base de canciones tristes acompañadas con piano, para entrar en la situación.

Cuenta la historia que la belleza no podía comprenderse si no se la había visto sonreír al borde de las lágrimas, justo antes de romperse, de romper a llorar, justo a punto de derrumbarse. La última sonrisa, la última fortaleza a la que aferrarse con sus temblorosas manos, las mismas que tecleaban sobre el piano o sobre el teclado del ordenador, las mismas que habían hecho soñar con historias y llorar con la suya propia. 

Quizá hacía demasiado frío en aquel bosque para que volase aquel pequeño ángel.
Tal vez...

Fuera llueve. Hacía tiempo que no llovía tanto tiempo seguido. Normalmente me habría alegrado, porque el olor a lluvia incita de forma casi inmediata a escribir, y hoy ha sido un día digno de ser escrito. Y sin embargo lo único que ha ocurrido ha sido que he llovido yo también, por dentro.

Ha llovido, ha sangrado, se ha derrumbado.
Con banda sonora a juego.
Curiosa forma de ser fuerte, chica.
¿Hoy era la excepción a serlo?
viernes, 6 de septiembre de 2013



Escribir, para vivir.

Sigue respirando, un movimiento sencillo... Se puede asemejar al movimiento del viento, aunque cuando se deja de hacer ya no vuelve a correr nunca más. Cuando se deja de respirar, cuando se deja de escribir, cuando se deja de vivir. Sinónimos. 

Y lo bonito que suena pensar que el día que deje de escribir dejaré de vivir. Para los músicos quizás sea el día que toquen su última pieza. Y una vez una bailarina me dijo que era su última vez que bailaba; interpretó el papel principal en 'El lago de los cisnes' y no supe qué decirle, quise animarla mas sabía que realmente había muerto en el momento en el que se había quitado por última vez las zapatillas de baile.

He visto a tantas personas muertas que ni siquiera habían empezado a vivir, y todo porque no les dejaron volar, respirar, soñar. Maldigo a la sociedad cada vez que mata a un niño al quitarle su caja de pinturas y le pone entre las manos un libro de matemáticas que nunca aprenderá a valorar. ¿Por qué queréis quitarnos lo que más amamos? Las matemáticas para los que amen los números, ¡No nos quitéis las novelas de fantasía y magia a los soñadores que volamos más arriba!

Por qué, ¿Por qué? Me pregunto por qué tendré que tener los pies en el suelo pudiendo estar volando ahí arriba. Posiblemente sea importante en algún momento tener un deje de pies en la Tierra.

En qué estaría pensando yo el día en que me enamoré de todas esas sonrisas que conforman mi presente y también mi pasado. Si yo sólo fui una pequeña soñadora, la misma que soy ahora, que cree que puede retener a las personas a su lado con una sencilla sonrisa y palabras sinceras. El fallo está en que las personas mienten y yo sólo dije la verdad.

Y a veces te roban los besos con su pizca de realidad y te dejan desangrándote, sin alas para volar, sin sueños por soñar, sin sonrisa para enamorar. 
Por eso escribo...
Para vivir.
jueves, 5 de septiembre de 2013



¿Podrías enamorarte unos instantes de mi?

Es que enamorarse es una palabra muy grande, porque contiene el Amor, que posiblemente sea una fuerza más que suficiente para mover el mundo, por eso... Enamórate de mi primero sólo unos segundos; una porción muy pequeña de Amor. Después, si te gusta cómo sabe, podríamos ir a más, no sé, ¿Te parece bien?

Enamórate de mi al verme pasar, esos segundos, o al verme sentada en el fondo de una cafetería abarrotada tomando un café. Podría ser también en esos cortos instantes en que yo me baje del metro (cómo no, en Madrid, dentro de unos años) y tú te subas, o los que transcurren mientras yo, distraída en el asiento de copiloto de algún coche, veo pasar bajo las ruedas de éste el paso de cebra donde tú estás esperando a pasar.

Puede haber tantos instantes para que nos enamoremos durante unos segundos.

Pero te puedo asegurar de que de ti me enamoraría más que instantes. Me enamoraría horas, días, semanas, meses. Me atrevo a decir (tanto el Amor, como la juventud, como la ignorancia son atrevidos, a mi ver) que hasta años...

Por lo tanto, podrías enamorarte de mi al ver mi cara de recién despertada, o saliendo por la puerta del baño después de ducharme, con el pelo mojado y la toalla cubriendo mi cuerpo. Aunque claro, eso son más que unos segundos, porque después de eso viene enamorarse mientras desayunamos, y nos despedimos.

O mientras no nos despedimos. Porque las No-Despedidas contigo tienen que ser preciosas.

Y podrías... Tal vez, enamorarte de mi mientras paseamos por Madrid. Eso sería increíble ya, ¿No crees? Mientras te llevo por el Retiro, mientras recorremos callejuelas, mientras hago alguna tontería infantil mientras me río. Madrid es grande, pero enamorarse de mi en Madrid se traduce como enamorarse de una escritora en la ciudad a la que pertenece su corazón.

¿Podrías enamorarte unos instantes de mi, por favor?
miércoles, 4 de septiembre de 2013



Mi segundo nombre es Tristeza.

Suena 'Words I've never said' de fondo y siento la melancolía. Ni siquiera me hiere, simplemente me roza, como una sombra, un pequeño fantasma rondándome, preguntándome si puede quedarse conmigo esta noche. Y no puedo negarme, ¿Cómo voy a dejar a ese diminuto espectro fuera, con el frío que tiene que hacer en la Soledad del mundo exterior?

Quizás era verdad eso de que hacía demasiado frío para que los ángeles volasen allí fuera y por eso se refugiaron, dejando las calles desiertas y heladas, los adoquines vacíos y hasta los quioscos de golosinas descoloridos. Arrasó la Soledad con todo el color para dejar el paisaje como una fotografía desaturada. 

Pero ni siquiera mis ojos tienen fuerza suficiente para derramar unas sencillas lágrimas. Simplemente, Tristeza se hace un hueco entre mis costillas y yo me adapto a ella, mientras un piano triste canta de fondo, mientras fuera el cielo se oscurece cada vez más y mis ojos se van cerrando.

Noches como esta, mi segundo nombre es Tristeza.



Escaleras.

Me hallaba sentada en los primeros escalones de aquella larga escalera, que comunicaba todos los rellanos de los siete pisos de los que constaba el edificio. Yo vivía en el bajo, y me situaba allí todas las mañanas a las ocho en punto para ver pasar la figura de la chica del séptimo. Sabía bastante de aquella muchacha con sólo observarla. Le encantaban las zapatillas de marca Converse, pero era la única ropa que llevaba de marca. Se llamaba Estrella, y la verdad es que, a mis ojos, brillaba tanto como una. Tenía mi misma edad y era algo distraída, siempre absorta en la música que escuchaba a través de unos auriculares negros. Posiblemente ni siquiera hubiese reparado en mi presencia todos los días al pie de la escalera. De hecho, me levantaba del escalón de un salto al oírla bajar sólo para fingir que yo también salía y que le abría la puerta. Sin embargo, esta vez ella no bajó. 

En toda la mañana. Y yo no tenía nada que hacer, por lo que seguí esperándola. Al final, justo antes de que yo tuviese que subir a ayudar a poner la mesa, apareció ella. Pero entró por la puerta, no salió por ella, y eso me desconcertó. Nos miramos, y supe que había pasado la noche fuera. Se le notaba. En el olor que desprendía. En su rostro. Había roto, de alguna forma, nuestro pacto anónimo, ese del que ninguna de las dos había hablado, ni siquiera pensado. El perfume de hombre invadió el ambiente y yo me deslicé, en un intento de sutileza, hacia mi casa. 

No la vi en mucho tiempo. Tampoco la esperé, en nuestro habitual sitio. 

Y, sin embargo, sonó el timbre de la puerta aquel día a las ocho de la mañana, y yo, única persona despierta en mi casa (aunque probablemente tras el estridente sonido del llamador) me acerqué a abrir. Ahí estaba Estrella, vestida de forma discreta con unas Converse de color violeta y la mirada gacha. La alzó para mirarme, con esos ojos oscuros que podían hacer que mi mundo se desmoronase y se erigiese como la más hermosa ciudad en apenas unos milisegundos. Se aproximó, y sus labios, de pronto, rozaban los míos.

Me perdí. Pero no quería encontrarme.  


Llevábamos tiempo esperándonos, pero ella acababa de descubrir con quién quería compartir sus noches fuera de casa.
martes, 3 de septiembre de 2013



Sobre paredes en azul.

Es curioso, porque todas las personas ponen un poco de si mismas en su habitación; la decoran, la pintan y le dan un toque personal que, cuando otra persona entra, hace que diga 'vaya, qué interesante' o 'vaya, qué lúgubre' o 'vaya, lo que sea que venga aquí'. Pero la mía es extraña, porque tiene en la puerta poemas que transcribí hace ya seis años, dibujos que ni siquiera representan mi forma de dibujar de lo mal que están hechos, una foto mía de cuando todavía practicaba hípica. Frente a mi mesa tengo cuadros de cuando era una bebé, aunque esos no puedo quitarlos, y pósters de películas que dejaron de gustarme hace años. Creo que lo único que hay por las paredes que verdaderamente me representa es esa foto de mi perro, el cual falleció hará ya tres años, y mi pared azul, esa pared azul como el cielo en Verano.

Esta reflexión la he hecho tras ver una fotografía de una chica tras la cual se veían fotografías en su pared. Y yo miro la mía y no veo nada. Mi mesa está desordenada y dice mucho de mi por las cosas que tengo en ella, pero, ¿Y mis fotos?¿Dónde están las fotos de todo lo que me importa, los pequeños papeles con las frases que más me gustan, esos post-it's que siempre me gustaron con un sencillo smiley que te recuerde que hasta en los peores momentos hay que sonreír?


Ahora mismo, me estoy planteando hacer un pequeño cambio, y no sé si llamarlo un cambio 'en mi' o un cambio 'en mi pared'. Quizá sea lo mismo, pero ya va siendo hora, ¿No?

¿Y tú?¿Qué dice tu pared de ti?



Nadie estaba allí.

Pero todos se quedan mirando cómo la chica enreda uno de sus rizos en torno a su dedo. Como si fuese algo mágico, como si poseyera, con ese sencillo y monótono movimiento, poderes hipnóticos. Quizás ella supiese el efecto que tenía con ese gesto inocente y a la vez juguetón, divertido, en los demás, y por eso usase ese arma y no otras.

Porque realmente, las verdaderas armas de la chica del cabello rizado y la mirada Café eran las palabras y sus gestos ingenuos, no el arco que escondía en el armario ni la Desert Eagle con la que tantas veces se había descrito en sus relatos.

No iba a pasearse por calles oscuras y cubiertas de niebla con una gabardina negra y una pistola guardada en la manga, sosteniéndola con una mano fría y segura de si misma, sino ocultarse tras las cortinas color marfil de un pequeño estudio en lo alto de alguna ciudad a escribir las palabras más dolorosas (y también, a veces, las más bellas) sobre inocentes de todo delito folios en blanco, con un bolígrafo sencillo de color azul.

Azul, ese azul que ni siquiera era el suyo (pues el suyo era el azul del tono que tiene en Verano, pasado el mediodía, cuando es apenas imposible salir a la calle por el calor que invade ésta) pero que, de alguna forma, formaba parte de ella.

Tal vez ella era Tinta, Arma y Magia, en alguna combinación extraña que había formado su extraño ser. Podría ser alguien o simplemente Nadie. Quizás ninguna persona reparase en ella, pero ella daba cuenta de todo al pasear por la calle.

Nadie estaba allí.



A mi Musa.

A mi Musa, estos sencillos versos carentes de rima.

Me perdí, imaginando su fragancia,
sus movimientos lentos por el centro de Madrid,
su cabellera alborotada por los sinuosos caminos que conforman el Retiro.

Me perdí, con ella,
pero como era así, no quise encontrarme,
y le pedí permiso para perdernos, en vez de solitarias, juntas.

Me perdí, entre sus letras y su voz de poetisa,
creyéndome suficiente para hacerla eterna, ¡Ilusa idea la mía!
Tuve que susurrar perdón en mi último aliento, para acabar robándole un beso.
domingo, 1 de septiembre de 2013



"Todavía"

Todavía hay golondrinas frente a mi ventana, 
me recuerdan que no vas a volver, 
¿Y sabes?
Ya no las intento detener.

Todavía quedan flores frente a mi ventana,
me recuerdan qué es eso de florecer,
¿Y sabes?
Ya no las intento coger.

Todavía quedan espinas en mí clavadas,
me recuerdan qué es lo que debe doler,
¿Y sabes?
Ya no las intento sacar de mi piel.



Destrucción.

Su figura le devolvía una desafiante mirada desde el espejo. El cuerpo desnudo del reflejo nunca le había parecido suficientemente hermoso, aunque muchos lo calificasen de sensual. Pero había algunos que habían subido la mirada más arriba de su escote y se habían encontrado con aquella mirada rota, de batallas perdidas y una inminente derrota en aquella guerra interna que se libraba entre sus costillas, un bando dirigido por su cerebro y otro por su corazón herido.

Ella se acarició los brazos con suavidad, casi temiendo herir aquella frágil piel que cubría sus débiles huesos, y cerró los ojos para dejar de verse. Se imaginó en un bosque frío en medio de la más absoluta Nada, y cuando quiso abrir los ojos pudo constatar que seguía ahí, en su cálida habitación de la pared azul como el cielo en Verano, desnuda ante el espejo.

¿Qué más quieres, niña? – Le susurró una malvada voz en el fondo de su mente, como otras tantas veces.
– Que me quieran. – Murmuró, sin ser capaz de sostenerse la mirada a si misma en la cristalina superficie del objeto que colgaba de la pared.
¿Y por qué habrían de quererte?

Aquellas palabras la golpearon con más fuerza que muchas bofetadas. Lentamente se dejó caer sobre sus rodillas. Imágenes flotaban ante su mirada. Unos ojos marrones, casi negros, infantiles, que la observaban con media sonrisa en unos labios que debían de pertenecerle. Unos ojos verdes, unos brazos seguros para cobijarse en ellos, unos gritos, malas noticias, la Parca asomándose por la puerta de su habitación, y, y, y... 

Una lágrima se deslizó por su mejilla y se chocó ruidosamente contra el limpio suelo. 

Rompiendo el silencio,
rompiéndola a ella,
ella sólo podía destruirse del todo de una forma:
Destruyéndose ella.
 

Plantilla hecha por Living a Book.