martes, 10 de septiembre de 2013

Antiguas esperanzas.

No puede evitar mirar por la ventana nada más despertarse, justo a continuación de su reglamentaria visita por el navegador Chrome de su ordenador. Cuando ve el cielo azul sonríe, y una sonrisa triste tiñe su rostro al verlo gris. Antaño no le hubiese importado demasiado, ¿Qué ha cambiado? Todo, probablemente.

Su habitación está hecha un desastre y lo nota, pero se siente sin fuerzas como para recoger absolutamente nada que no sean sus viejas esperanzas para volver a colocarlas en su cajón de la izquierda, tras pasarles un poco el polvo para que no luzcan tan antiguas.

Después se mira al espejo. El cabello alborotado, de un color indefinido entre el castaño y el rubio. Una camiseta grande pero no lo suficiente para cubrir sus largas piernas, esbeltas. Un rostro cansado; se pasa las manos por los ojos para volver a mirarse. Esboza una tímida sonrisa, juega frente al espejo a ser una bailarina de ballet, aunque no sepa con exactitud cómo son los pasos de éstas, ni sepa recrearlos correctamente.

La ilusión cuenta.

A continuación baja a desayunar, saludos, risas infantiles con su hermana pequeña, alguna tarea habitual. Oye al cartero, unos instantes después, dejar algo en su buzón, y baja, descalza y únicamente vestida con sus ilusiones (y su camiseta), a abrir éste. 

Hay una carta.

Su nombre está escrito en ella. Es algo que no ocurre a menudo, pero cuando ocurre ilumina su rostro una sonrisa y se vuelve un poco más niña. Todo se ve un poco más bonito.

Hasta Tristeza se ha puesto un vestido azul para ella hoy.

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