sábado, 17 de agosto de 2013

Sobre noches de chocolate.

Supongo que hay llamadas que pueden cambiar una noche, alejar toda oscuridad del pequeño punto de Luz que se crea a tu alrededor – o que eres, más bien – y brillar a tu lado de forma que hasta las estrellas envidien el fulgor emitido. Son conversaciones que deberían ser entre sábanas, la piel rozándose y los labios recorriendo centímetros y centímetros de cuerpo ajeno...

¿Qué es? Sí, es ese sentimiento del que hablo, ese que quiero describir, aunque tal vez una escena, unas palabras para que una imagen se forme en tu mente, sean más fáciles de escribir...

Es bajar a la cocina, en mitad de la noche más o menos, descalza y de puntillas, con una camiseta únicamente, despeinada y con ojos cansados, casi cerrados, pero el móvil pegado al oído, sin querer perderte ni un solo segundo de su voz al otro lado de esa línea... Pensando que ojalá pudieses estirar la mano y simplemente atravesar toda esa distancia y aparecer junto a ella, musa anónima y esquiva, musa de las que aparecen de repente pero no se van...
Abrir la tableta de chocolate, que por desgracia no está fría sino a temperatura ambiente, y tener que dejar el móvil unos segundos sobre la encimera, sin el temor de perderla, porque sabes que seguirá ahí, esperando, al otro lado, porque al fin y al cabo, al otro lado siempre hay alguien, hay letras, ¿Verdad? Y más si de poetas va el tema.

Son conversaciones que no quieren terminarse, que acaban en delirios susurrados, en poesía incompleta y confesiones nocturnas que ni la Luna, (¡Ay, si la Luna las oyese!) en estos lares, podía imaginarse.

Podemos decir que la noche es un buen momento para sonreír a solas, imaginando que, en algún momento, esas sonrisas serán contra sus labios, y no simplemente contra los kilómetros.

Por eso esta noche dormiré sonriendo.

0 comentarios:

Publicar un comentario

 

Plantilla hecha por Living a Book.