jueves, 8 de agosto de 2013

Promesas.

Creo que el mundo debería aprender a no hacer promesas de esas que nunca se cumplen. Todos hemos hecho, alguna vez, una de esas promesas, pero posiblemente nos ciegue el dolor al ver que nos han mentido y no podamos ver lo que nosotros no hicimos bien  en su momento.
Pero, ¿Para qué prometéis? No podéis cumplirlo. No vais a hacerlo, y lo sabéis.
Escriba lo que escriba sonará hipócrita esta vez, puesto que yo también he dicho que no haré daño, que no me iré. El problema es que cuando lo hice, me hicieron daño y se fueron. 

Entonces, la pequeña Primavera chocó contra el frío y duro Invierno, y éste la miró a los ojos, paralizándola. Ella bajó la mirada, pero no se apartó a tiempo. El hielo también quemaba,y a ella la quemó y chamuscó los pétalos tan bellos que la rodeaban. Cuando se apartó, su luz lucía de forma enfermiza, como si alguien hubiese regulado su intensidad y la estuviese bajando peligrosamente; las sombras querían invadirla. Ya no se sentía acogida, y por eso corrió.

"Correr es de cobardes" resonaba en su cabeza, pero no se detuvo. Cual alma que lleva el diablo, la dulce Primavera sólo quería escapar de todo. Las promesas de aquel Invierno rondaban por su cabeza, gritaban, y ella gritaba desde su silencioso dolor. Gritar en silencio siempre fue su especialidad, pues no quería a nadie molestar. 

En determinado momento, comenzó a sangrar, tinta, negra, aunque ella siempre prefirió la azul. La cálida Primavera sabía que era momento de cerrar ese libro y empezar el siguiente.

Ahora, ahora es el momento...
Déjalo ir.

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