lunes, 12 de agosto de 2013

Lluvia.

Era una noche de tormenta, y ella abrió todas las ventanas para poder aspirar aquel olor característico que la lluvia crea al caer. El sonido de la lluvia se filtraba por su ventana, el suave airecillo, el olor a tierra mojada de jardines vecinos. Sin embargo, no tenía suficiente. 

Salió al porche, vestida únicamente con una camiseta y la ropa interior, y se despojó de la primera, dejando su cuerpo prácticamente desnudo. Y así, descalza, comenzó a caminar hasta quedar al aire libre completamente, permitiendo que la lluvia mojase su piel y su cabello, rizado.

En ese momento, cuando cerró los ojos y alzó su rostro hacia el cielo, sintió durante apenas unos instantes una extraña plenitud que llevaba algún tiempo sin experimentar. Abrió los brazos como si fuese un ave a punto de levantar el vuelo, dejó que la brisa y la lluvia la rodeasen por completo, comenzó a moverse, de forma rítmica, calmada.

En ese momento no le asustaban los truenos, las nubes grises, tan oscuras, ni los relámpagos que a ratos cruzaban la escena iluminándola de forma rápida. Los Miedos se habían asustado del agua y se habían vuelto casi transparentes, porque ella sabía que no iban a desaparecer. Se sintió una niña de la lluvia, o, más bien, se sintió Lluvia. 


Y aquí estoy, escribiendo, la piel todavía húmeda, una leve, casi imperceptible sonrisa, la ventana abierta y la lluvia sonando desde fuera de mi ventana. 

Esta noche, no tengo Miedo.

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Plantilla hecha por Living a Book.