domingo, 11 de agosto de 2013

Saqué a la Cibeles a bailar un vals.

Las calles de Madrid, tanto con el frío de Enero como con el calor agobiante de un Agosto español, siguen siendo una maravilla que admirar cada vez que piso esa ciudad. Ni de lejos me encandilarán otras ciudades de España (excepto, quizá, Donostia) tanto como Madrid. Es sentirse en casa, sentirse una extraña en calles que ni conoces ni no conoces. Es curioso saber que te sabes los nombres de todos esos lugares pero no sabes cómo moverte en ellos. Quieres subirte a todos los autobuses, quieres entrar en todos los edificios y patearte todas las calles. Quieres ser libre y alguien, o simplemente, ser esa Nadie que observa con ojos de niña pequeña los leones del Congreso o la majestuosa plaza de Neptuno. 

Quiero ponerme los cascos de música y poner rap a todo volumen, mientras camino por ese asfalto que es tan mío como tuyo. Una cámara, ni buena ni mala, capturando esos momentos que no se repetirán nunca más, porque cada momento es irrepetible. Un cuaderno pequeño en el bolso, para sentarse en el suelo en cualquier rincón, y escribir versos sobre esa chica hermosa que está sentada con mirada triste en un banco del Retiro.

Pasear por los pasillos del Prado una y otra vez, el Arte fluyendo por las venas de todos los que observan sus obras. ¿Hay alguien que sepa todo de todos los cuadros, de todas las esculturas? Podrías pasarte días y días observando y no llegar a conocer todos los detalles de todo eso. Quiero sentarme frente al cuadro de los fusilamientos del 2 de Mayo y observar los detalles, las miradas, las armas alzadas y los contrastes de luces mientras relleno folios y folios con ideas infinitas.

Ojalá pudiese ir al Teatro Real y sentarme en una de sus butacas a ver una obra de teatro – y no soy exigente, me vale una cualquiera – y disfrutar del exquisito gusto que provoca una buena representación. Unos actores sublimes, cuyas historias se entrelazarán y provocarán esa magia que sólo tiene un escenario, que jamás tendrá una pantalla de cine.

Idealizar una ciudad con tus palabras es esa sensación que no se siente todos los días. La sensación no es siempre la misma, pero sigue siendo maravillosa. Sin embargo, los mejores versos y la mejor prosa se te ocurren estando allí, y a veces vamos con tanta prisa que no nos damos tiempo para escribir allí mismo. Instantes, quiero instantes grabados en mi retina, quiero imágenes ante mis ojos y quiero estar de nuevo allí, ver anochecer, quiero ver la Cibeles de noche, y sacarla a bailar un vals, por ti, mamá. Dormir, a la sombra de un león de esa fuente, y ver las luces encenderse lentamente, en una ciudad que nunca duerme.

Querida Madrid, déjame ser un poco tuya, y sé un poco mía, aunque en ti yo ya no viva. Déjame sentirte un poco más aquí dentro y un poco menos allí lejos. Déjame hacerte magia, y déjame ser escritora en tus calles llenas de gente. Déjame hacerte inolvidable, algo eterna, con mis letras...

2 comentarios:

  1. Tienes razón, Madrid siempre ha sido muy de todos, y creo quizás que es porque hay tanta gente rara, tantos turistas, que a nadie le importas que estés ahí, eres como cualquier otra persona, y eso te da la libertad para sentirte normal, dejar de sentirte extranjero.

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