domingo, 21 de julio de 2013

Incondicionalmente.

Cuando éramos pequeños, muchos de nosotros – que no todos, cuidado – dijimos ese 'quiero un perro'. Y ahora estoy volviendo a pensarlo, pero no lo digo porque claro, no está el tema como para un perro. Pero mi mente lo va cavilando, va hilando la historia, sabe cómo quiere ir.

Adéntrate, un poco, en la imagen que me he creado. Esta vez, dejo mis sueños abiertos al mundo; no los rompáis, o al menos no lo intentéis con demasiada insistencia.

Yo, sentada en un sofá... Un ordenador portátil – un MacBook, por favor – en la mesa auxiliar. A mi lado, no hay una persona; hay un perro. Un husky, con la cabeza apoyada en mi pierna, tranquilo. Es un estudio donde me hallo, tranquilo, luminoso, pequeño. En determinado momento me levanto, cerrando la tapa del ordenador. Y mirar al can, con media sonrisa cómplice al ver que alza la cabeza, se despereza y se baja del sofá detrás de ti. E irnos lejos. Él y yo, como si fuese un humano, trotando a mi lado, compañero de fatigas.”

Tal vez os esperabais más, tal vez menos. Pero yo quiero verlo así. Quiero unos ojos claros y un pelaje en el que hundir los dedos para sentir la calidez de la compañía incondicional. Quiero sentir que, cuando me vaya lejos, habrá alguien que siempre seguirá mis pasos.

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