sábado, 25 de enero de 2014

Como un 'me marcho' sin irme

Salí de la ducha, y desnuda me dirigí a mi habitación. A medio vestir, me miré al espejo. Después me aparté de él y deslicé una mirada por la desordenada mesa, hasta fijarme en un pequeño llavero de un caballo de peluche. Sonreí, y una voz interior decidió en ese momento abrirse paso entre mis tristes pensamientos para golpearme un poco más de lo que la vida me había golpeado desde que me había despertado.

Mi cabellera húmeda me acariciaba la espalda, los pechos y el sentimiento más profundo del dolor. El móvil vibró y no me digné a contestar. Aquella voz interior volvió a gritar. Quería que la escuchase.

Tantas ansias por escapar para al final quedarte ahí, sentada, con esa mirada triste...
– Déjame en paz. – Respondí.
¿Por qué? Si es tan divertido... Mírate, desnuda, con el corazón sangrando. 
– He dicho que...
Que te deje. Lo he entendido. Pero he venido a ayudarte.

Rodé los ojos. Obviamente, no entendía el daño provocado desde dentro como ayuda. El simple hecho de recostarme en mi asiento frente al ordenador y observar la pila de sujetadores amontonados sobre la mesilla me hizo ver que en pocos días mi vida se había vuelto un desorden. 

Sabía que tenía que levantarme.
Sabía que.

En algún momento me levantaría y ordenaría. Me sentaría a estudiar. Sonreiría levemente. La voz interior gruñiría, inconforme.

Es una coraza, no estás ayudándote.
Es una coraza, y es lo único que puede ayudarme. – Contestaría yo, con cierto rentintín adolescente en la voz.

Se marcharía, y yo me quedaría desnuda pero vestida, triste pero feliz, me quedaría sin quedarme, como un 'me marcho' sin irme.






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